Lucía. Principios de enero…
Qué. Puta. Mierda. Así, a secas.
Medio Madrid parecía haber decidido salir hoy, hasta tal punto que apenas se podía andar entre sus calles, y aquel bar en el que habíamos decidido quedar, no sé muy bien por qué, no era la excepción. La gente se amontonaba ya junto a la puerta y nada mejoraba en su interior, donde tuve que abrirme paso casi a empujones. Lo que no esperaba era que, entre toda esa gente, con lo enorme que era aquella asquerosa ciudad, estuviera él.
—¡Lu! —soltó sorprendido.
¿De quién cojones había sido la idea de quedar allí? Me daba igual, no se lo perdonaría jamás. Sin embargo, lo último que quería es que él viera mi enfado, así que me sobrepuse a mi sorpresa y compuse una sonrisa en mi cara. Porque una podía estar en la mierda, pero ante todo tiene dignidad, y si un tío te destroza el corazón, arrancándolo, masticándolo y escupiéndolo, lo menos que se puede hacer es demostrarle que el que ha salido perdiendo ha sido él.
—¡Javi! ¡Hola! ¡Feliz año nuevo! —solté como si nada.
—No esperaba verte aquí… —murmuró nervioso desviando la mirada incómodo a su grupo de amigos a apenas unos pasos de nosotros.
¿Se pensaba el gilipollas este que le estaba siguiendo o algo? Hay que tener huevos… Me giré y saludé a todos a lo lejos con la sonrisa más dulce que pude componer, porque por supuesto los conocía, es lo que pasa cuando sales con alguien por dos putos años. Y pude ver en sus gestos incómodos y apesadumbrados que sabían perfectamente lo que había pasado. ¡Qué coño! Si seguramente lo sabían antes que yo.
—Mira, Lu, yo…
—Oye, disculpa —le interrumpí porque si algo no iba a permitir es que me hablara como si sintiera pena por mí—, pero es que me están esperando. ¡Qué tengas buena noche!
Y no le dejé hablar, en parte porque también pensaba que no había nada más de lo que hablar, él ya me lo había dicho todo y yo, no tenía nada que decirle ya. Continué mi camino centrándome en respirar, sabiendo que él me seguía con la mirada, decidida por completo a demostrarle que encontrármelo allí no me había afectado nada.
La forma de una silueta conocida apoyada contra la barra me hizo suspirar con alivio, pues la perspectiva de estar allí sola esperando, con Javi y sus amigos mirando, un poco más y me da ganas de vomitar. Sin embargo, aquella sensación que se había alojado en mi garganta de manera extraña, también me hizo tener una idea que ya entonces sabía que sería pésima, pero que no pude contener, y tampoco me detuve mucho a pensar.
Posé la mano en su brazo y en cuanto se giró para saludarme entrelacé los brazos tras su cuello y me lancé a sus labios. La idea era que fuera apenas un roce, un saludo sencillo, pero mi cabeza estaba demasiado embotada o yo demasiado centrada en trasmitir un mensaje, que antes de que me diera cuenta, se había convertido en un beso en toda regla y, sorprendentemente, muy bueno.
El carraspeo de una garganta a nuestro lado de alguna manera rompió el hechizo, haciendo que me separara del hombre frente a mí. No pude más que mirarle sorprendida, y la mirada repleta de picardía que me dedicó casi me hizo echarme a reír. Sin embargo, compuse de nuevo la sonrisa dulce en mis labios y se la dediqué a la persona que nos había interrumpido, aún tras la barra.
Había sabido quien era sin necesidad de mirarlo. Mi queridísimo amigo Marcos siempre había sido capaz de hacer notar su presencia incluso sin quererlo, y no solo por sus casi dos metros de altura y esa espectacular complexión atlética que yo en parte atribuía a sus genes afroamericanos. Era él y su forma de ser, que siempre destacaba y llenaba el lugar.
—¿Puedo preguntar por qué te estás morreando con mi prometido…? —habló antes de colocar con gracia una gran copa frente a nosotros.
—¿Eso es un daiquiri rosa? Quiero uno —respondí ignorando su pregunta a la vez que me separaba de Mario con apenas un gesto—. Quizá puedas ver la razón a tus doce… o a la una, ¿o quizás es a las once? Ni idea con lo del puto reloj. Detrás de mí, con sus amigos.
Le vi buscar con la mirada a mi espalda y aunque traté de aprovechar un despiste para coger la bebida, abandonada sobre la barra, apenas conseguí un manotazo y una nueva risa de Mario a mi lado.
—Oh, el recién estrenado ex está aquí —murmuró con una diversión que casi me hizo sentir tentada a irme—. Te diría que es el karma, querida…
—Marcos… —le llamó Mario la atención.
—Oh, venga, yo solo quiero saber por qué ha dejado al pobre diablo.
—Me dejó él, después de que hiciera casi doscientos kilómetros para pasar la Nochebuena con él y con su familia, Nochebuena que pasé en mi coche comiéndome una hamburguesa rancia del McDonald porque al parecer lleva semanas tirándose a una vieja amiga suya —solté de bocajarro y aproveché su gesto estupefacto para robarle la copa y bebérmela casi entera de un par de tragos—. Vas a tener que hacer otra —murmuré antes de mirarle confundida—. Por cierto, ¿qué coño haces tras la barra?
—Conozco a los dueños… —contestó con su mirada fija en alguien a mi espalda.
—Deja de matarlo con la mirada, sabrá que estoy hablando de él…
—Y no queremos que piense eso, ¿verdad, Marcos? —habló Mario con tono grave a mi lado, mientras deslizaba un brazo sobre mis hombros en un pequeño abrazo—. Parece que hoy somos pareja, cariño, así que puedes tomarte mi daiquiri.
—Conseguiré otros tres e iré a ver si tenemos ya nuestra mesa —murmuró Marco antes de clavar su mirada en mí—. Tú prepárate porque tenemos que hablar.
—Para mí cerveza, tengo un papel que cumplir —murmuró Mario aún abrazándome por los hombros antes de dejar un beso en mi pelo.
—Eso es retrógrado y prejuicioso.
—Tienes razón —coincidió Mario mirando a su prometido con una sonrisa dulce—. ¡Daiquiris para todos!
—Oh, yo también quiero uno —se unió Sara apareciendo de pronto a nuestro lado—. ¡Hola, chicos! ¡Feliz año nuevo!
Tras ella, Raquel también nos saludó con una sonrisa y se pidió una copa de vino. Siempre había pensado que éramos un grupo bastante ecléctico, habíamos estudiado cosas distintas, trabajábamos en cosas distintas y nuestras formas de ser… no podían ser más diferentes, pero, de alguna manera, habíamos conectado. Sara y Raquel se conocían desde hacía años, cuando habían coincidido en un curso de la universidad o algo así, y yo las había conocido a ellas cuando se interesaron por alquilar las habitaciones libres en mi piso después de que mis antiguas compañeras dejaran la ciudad al acabar la universidad. Al principio no habíamos sido super cercanas, más por mí que por ellas seguramente, pero cuando Marcos había entrado en la ecuación…
Él era el miembro número cuatro de nuestro extraño grupo, La Diva, como yo la llamaba porque, seamos sinceros, le encantaba ser el centro de atención y yo soy un poco cabrona, para qué ocultarlo. Era publicista y tenía un don casi mágico para el marketing y para conocer gente —por eso no me terminaba de extrañar encontrármelo tras la barra—, y en mí residía el dudoso honor de haberlo traído al grupo, pues de alguna manera habíamos conectado al coincidir en un evento que organicé por trabajo.
Con Marcos, había venido Mario, por supuesto, su pareja desde hacía más tiempo del que yo podía contar y su futuro marido; y también Claudia, una antigua amiga del colegio que, con su carácter introvertido y tranquilo, era totalmente lo contrario a él. Y hablando de ella…
—¡Hey! —saludó cuando ya nos dirigíamos a una mesa vacía que Marcos nos había señalado en un rincón desde la otra punta de la barra—. Siento llegar tarde, ¿qué me he perdido?
—¿Cómo es posible que llegues la última viviendo al lado? —pregunté, pero lo que pretendía que fuera algo gracioso sonó amargo en mi boca.
—Creo que es precisamente porque vivo al lado… —murmuró ella un poco avergonzada.
—Llegas justo a tiempo —le sonrió Raquel—. Marcos acaba de conseguirnos una mesa.
Comenzamos a andar hacia la mesa, y cuando vi como Claudia se inclinaba sobre la barra para pedirle una copa a Marcos, no pude evitar acercarme un poco más a Mario, que aún rodeaba mis hombros con su brazo completamente metido en su papel.
—Estamos pagando por nuestras bebidas… ¿verdad…? —le pregunté dudosa.
—Si te soy sincero, querida, no tengo ni idea.
—¿Por qué hablas como si estuvieras en una peli de los cincuenta?
—Le estoy dando trasfondo a mi personaje, ¿no te gusta? —me achuchó de nuevo—. Además, Marcos lleva toda la semana viendo películas clásicas por alguna razón que no me ha querido contar.
No contesté ni hice ningún comentario, apoyándome en él y dejando que me arrastrara, pensando que era mejor que mantuviera la boca cerrada, porque por más que intentaba sonar simpática, parecía que era incapaz de dejar de comportarme como una perra con todo el mundo. Se podía notar además en el número de palabrotas que soltaba por frase, que no hacía sino aumentar conforme más estúpida me volvía. No tendría que haber venido, tendría que haberme ido directa a casa después del trabajo tal y como tenía pensado hacer, pero Raquel había insistido y al final había dicho… ¿por qué no?
Quizá porque una no sabe aceptar que resta más que suma.
—¿Alguien me explica… esto? —preguntó Raquel señalándonos a Mario y a mí a la vez que Marcos se unía a nosotros con una bandeja repleta de bebidas.
—Le he cedido a mi prometido por una tarde —dijo como si nada empezando a servir las bebidas con una gracia que solo él podía tener.
—¿Es porque está Javi…? —se interesó Raquel bajando la voz e inclinándose más cerca.
—¿Está Javi? —intervino Sara buscando alarmada a nuestro alrededor.
Eran las únicas que conocían toda la historia, Raquel porque había estado allí la mañana de Navidad cuando había llegado a nuestro piso hecha un auténtico desastre, Sara porque Raquel se lo había contado cuando había llegado la noche del veintiséis y nos había encontrado en mi propia versión de fiesta de autocompasión con helado y películas de acción.
—¿Qué ha pasado con Javi…? —preguntó Claudia confundida.
—¿No has leído el grupo? —dijo Marcos sentándose a mi otro lado, quedándome así entre los dos prometidos—. Han roto, pero yo creía que lo habías dejado tú.
—Me pareció mejor dejar los detalles escambrosos para contarlos en persona, que se disfrutan más —hablé con cierta amargura.
Odiaba sonar así, pero no podía evitar estar dolida. Me había pasado los últimos días masticando lo que había pasado, tratando de digerirlo y, como solía hacer cuando trataba de digerir algo, me había encerrado en mí misma dándole vueltas y más vueltas a todo sin querer hablar con nadie. Claro que mi no disposición a hablar no había impedido a Javi escribirme sin parar y, por alguna razón, mi silencio parecía haberle dado pie a cada vez más recriminaciones.
Quizá era problema mío, que realmente era un desastre para las relaciones, pero no me parecía tan raro que, si tu novio de dos años te suelta que se está tirando a otra y encima empieza a criticarte y echarte la culpa de todo, tu reacción sea un «pues se acabó». Quizá el problema es que no había gritado, no me había peleado, me habían dado el golpe y yo lo había aceptado y me había ido, pero, ante ese panorama, ¿qué sentido tenía pelear? ¿No debería estar agradecido de que se lo pusiera fácil? Dios, lo que más me jodía es que había estado realmente ilusionada con la idea de pasar la Navidad con él y su familia, aunque al parecer no había sabido trasmitirlo.
Me incliné para coger uno de los daiquiris y tomé aire antes de empezar a hablar.
—Básicamente, se está tirando a otra porque soy una perra fría y sin sentimientos —solté mucho más abrupta de lo que pretendía.
¿Por qué no era capaz de soltar lo que había en mi cabeza sin sonar tan mal?
—¿Te dijo eso? —preguntó Claudia con gesto dolido.
Cerré los ojos un momento cuando el abrazo de Mario se volvió un poco más apretado y suspiré.
—No, no dijo eso exactamente —admití, porque no lo había dicho así, aunque sí que fuera parte de lo que quería decir—. Al parecer, se reencontró con una antigua amiga de la infancia hace unos meses y no lo ha podido evitar.
—¿El qué exactamente…?
—Todo —le contesté a Claudia y de pronto me invadió el desánimo—. Tontear, besarse, acostarse… Enamorarse…
La mesa se quedó en silencio, o todo lo silenciosa que puede estar en medio de un pub con la música a todo volumen. Y pude ver cómo Claudia miraba a Raquel con cierta duda. Quizá eso era un poco lo más duro, que la persona de la que te estás enamorando o ya estás enamorado, se enamore de otra. Era una auténtica mierda y, no voy a mentir, me sentía francamente patética. Por dios, si yo creía que nos iba genial, nos veíamos cuando podíamos sin agobios, nos reíamos juntos, apenas discutíamos… Y entonces había llegado ahí, me había soltado todo y yo no había sabido ni que decir, mucho menos cuando empezaron los reproches.
—Pero bueno —sacudí la cabeza y forcé una sonrisa en mis labios antes de abrazarme a Mario—. Parece ser que los reyes magos me han traído a este nuevo novio de regalo… y quien sabe, quizá es mi noche de suerte.
Le guiñé un ojo a Marcos que le hizo sonreír antes de negar con la cabeza.
—No te vas a librar, ¿de verdad te soltó eso cuando llegaste ahí? ¿No pudo llamarte antes?
Tomé aire de nuevo. ¿Por qué no podíamos simplemente cambiar de tema y olvidarlo?
—Según él quería decírmelo en persona porque era lo correcto —solté con retintín.
—Me fastidia que trate de disfrazar de responsabilidad emocional lo que es simplemente crueldad —murmuró Sara apartando la mirada.
—Ya le dije que podría haberme mandado un mensaje… —contesté yo—. No se lo tomó bien.
—¿Que no se lo tomó bien? ¡Hay que tener cara! —bramó Sara.
—Esperad, no estoy entendiendo —intervino Claudia—. ¿Cuándo te dijo esto? ¿Cómo te lo dijo?
—Se suponía que iba a pasar la Nochebuena con él y su familia en su pueblo, que está cerca de Palencia, más o menos. Él se cogió un par de semanas de teletrabajo y se fue para allá a mediados de diciembre porque también era el cumpleaños de su madre y… —sacudí la cabeza porque me estaba yendo del tema—. La cosa es que, como yo tenía que trabajar hasta el veintitrés, quedamos en que nos encontraríamos el veinticuatro y pasaría las Navidades allí, con ellos. Ese era el plan y, yo qué sé, es verdad que no hablamos mucho esas semanas, pero también teníamos mucho trabajo y él estaba quedando con amigos y así…
—¿No te dio a entender nada…? —preguntó Claudia un poco cohibida.
—He revisado las conversaciones después… ¡Joder, si me contestó con emoticonos y todo cuando dije que salía de Madrid! —dije indignada.
Y es que me jodía, ya no sabía ni cómo me sentía, estaba enfadada, estaba dolida, y lo peor es que me sentía tremendamente estúpida, porque yo creía que todo iba bien, creía que estábamos genial, y… ¡mierda!
—Y llego allí —seguí sin querer seguir pensando—. Y sin dejarme apenas salir del coche me suelta a bocajarro que se ha acostado con otra.
—Joder… —murmura Mario a mi lado.
—Me dio la risa, pensaba que era una puta broma, pero luego empezó a contármelo todo y a decir que es que yo era demasiado fría, que no le comprendía… —sacudí la cabeza—. Por supuesto, le pregunté si eso no podía habérmelo dicho antes de plantarme allí, y fue como si le diera la razón, porque entonces siguió con lo mismo pero peor. Así que lee deseé feliz navidad, ni idea de por qué, cerré la puerta y me fui.
—¿En serio? —preguntó Claudia con una mezcla de sorpresa y admiración que no comprendí.
—¿Para qué seguir perdiendo el tiempo allí? Estaba claro que eso estaba terminado, no le vi sentido a discutir más, pero al parecer eso solo reafirmó que soy una perra fría y cruel.
—Es un capullo —intervino Raquel.
—¿Quieres que le parta la cara, querida?
Miré a Mario divertida, sonriendo por primera vez de verdad ante su apoyo.
—¿Irías a partirle la cara?
—Enviaría a Marcos, por supuesto, él sí sabe cómo dar un buen derechazo.
—Sabes que solo te atacó para sentirse mejor, ¿verdad? —intervino Raquel atrayendo de nuevo mi atención.
—Tampoco es que dijera mentiras —me encogí de hombros—. Soy fría y distante.
—Puedes ser distante y te cuesta abrirte, pero no eres fría —me rebatió Sara—. Y aunque lo fueras, nada de eso justifica que te haga eso.
—Vamos, a veces soy una borde y una estúpida con todo el mundo, lo sé.
—¿Y qué? ¿Por eso está bien que se acueste con otra? —saltó Sara—. Tendría que habértelo dicho, haberlo hablado contigo si eso le molestaba, ¿lo hizo?
—Ya no lo sé —negué con la cabeza—. Puede que me lo intentara dejar ver y yo no lo entendiera.
—Vamos, que no te lo dijo claramente —apostilló Marcos.
—Entonces, ¿cómo esperaba que cambiara algo? —siguió Sara—. Es que es muy fácil echarle la culpa de todo al otro.
La miré alucinada, porque estaba realmente indignada por aquello y me sorprendió. Siempre había sido más cercana a Raquel, quizá porque era más tolerante con mi carácter de mierda, y entendía que ella se hubiera puesto de mi parte por algún sentido de la lealtad o algo, pero Sara… En la última semana apenas me había dicho nada, había andado de puntillas a mi lado sin decir una palabra y tratándome como si nada hubiera pasado, aun cuando ambas sabíamos que ella sabía lo que había pasado.
Y ahora me daba cuenta de que lo que yo había apreciado como indiferencia, había sido en realidad su manera de darme espacio, porque aquella indignación y enfado parecía demasiado formada para haberse gestado en los últimos cinco minutos. No lo pude evitar, me levanté y me acerqué sin dudar para envolverla en un abrazo.
—¿Ves como no eres fría…? —susurró en mi oído.
—¿Qué quieres hacer? ¿Quieres que nos vayamos…? —intervino Raquel cuando la miré también con agradecimiento, porque estaba claro que, si Sara tenía esos sentimientos, también era en parte por como Raquel se lo había contado.
Miré a mi alrededor mientras volvía a sentarme junto a Mario, que no dudó en envolverme de nuevo en su abrazo. Estaban todos allí, dispuestos a escucharme y sujetarme si hiciera falta, todas estas personas a las que tanto admiraba, a las que tanto apreciaba, cada una con sus rarezas y virtudes. Y entonces pensé que no podía ser tan mala, ni tan horrible, no si ellos estaban allí por mí.
—La verdad es que me gustaría ir a algún otro sitio, uno sin tanto ruido, quizá podrías ponernos al día de cosas de la boda… —hablé dudosa mirando a Marcos sin querer aguarles la fiesta.
—¿Por qué no vamos a mi piso? —propuso Claudia al momento—. Podemos pedir luego en el mexicano de abajo…
—Ay, sí, tengo hambre —gimió Raquel, antes de echar un vistazo a su móvil dudosa—. ¿Os importa si invito a Paula…?
—¿Pero es que está ya de vuelta a Madrid…? Lo que me parece mal es que no la hayas invitado ya —intervino Sara, antes de sumergirse ella también en su móvil—. Anna también se suponía que iba a venir…
Sin embargo, ninguna dudó en levantarse, acabando sus copas en unos últimos sorbos y empezando a recoger sus cosas. Marcos recogió todos los vasos en la bandeja que él mismo había traído y cuando le preguntamos cuánto era sacudió la mano y se alejó hacia la barra, donde pudimos verlo tomarse un chupito con uno de los camareros mientras cruzábamos el bar.
—Mierda… me gustaba este sitio —se lamentó Mario a mi lado, conforme nos acercábamos a la salida—. Ahora me dará vergüenza venir…
—No te preocupes, a Marcos no le dará vergüenza —me reí.
No fue hasta que salí a la calle y el frío me golpeó que, llevándome una mano al cuello, noté que mi pañuelo no estaba. Seguramente, me lo había quitado al llegar, sin darme cuenta y sin pensar, demasiado aturullada por todo y ahora me lo había dejado allí.
—Vengo en un segundo, me he dejado algo —le dije a Mario antes de girarme para entrar de nuevo.
No le di tiempo a seguirme o acompañarme, tampoco es como si lo necesitara. Quería irme porque me apetecía estar en un ambiente con ellos donde no tuviéramos que gritar para hablar, en el que no hubiera tanta gente, Javi solo había sido una razón más, pero no era como si tuviera que huir de donde él estuviera y sería muy mala suerte chocarme con él otra vez.
Y no, no me encontré con él. Sin embargo, cuando me acerqué a la mesa era otra figura conocida la que estaba ahí de pie junto al lugar donde me había sentado, sujetando mi pañuelo entre las manos.
—Hola, Adrián —saludé un poco tensa al amigo de Javi—. Feliz año nuevo…
Fue como si lo sacara de sus pensamientos y no pude evitar pensar que solo él era capaz de perderse en ellos en medio de un bar repleto de ruido y gente. Era quizá el amigo de Javi que mejor conocía, básicamente porque mi trabajo y el suyo estaban en el mismo edificio y era difícil no coincidir. Siempre había pensado que le caía medio bien, pero al verlo apretar el pañuelo ligeramente entre sus manos y mirarme con el ceño fruncido, dudé.
—Hola, Lucía —habló finalmente lanzando apenas una mirada tras de mí al lugar en el que seguramente estaba su grupo. Quizá Javi no me había dejado en muy buen lugar, lo cual tampoco era de extrañar—. Feliz año nuevo.
—Me he olvidado el pañuelo —mencioné como si no fuera obvio señalándolo.
—Ah, sí —murmuró mirándolo un momento antes de extendérmelo—. Lo he visto y he pensado en que ya te lo daría cuando te viera.
—Ya, gracias, por suerte no hará falta.
Odiaba que fuera tan incómodo, porque de verdad que él y yo nos llevábamos medio bien, y le había cogido aprecio, pero supongo que es lo que tenía que pasar, porque ahora yo era una forma de enemigo para ellos.
—Es tu favorito —dijo de pronto.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté sorprendida de que lo supiera mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en mis labios.
—Porque te lo pones mucho y… creo que me lo dijiste…
Sonó tan raro, tan incómodo, que me pareció triste.
—Bueno, creo que debería irme… Ya nos veremos.
—¡Lucía! —me llamó antes de que me alejara y cuando le miré parecía aún más incómodo, casi enfadado—. Me alegro de que hayas encontrado a alguien tan pronto.
Suspiré, sin perderme la pequeña pulla.
—Es el prometido de Marcos —confesé sin poder evitarlo—. Supongo que tampoco tiene mucho sentido ocultarlo, si total, seguramente subiré una foto en su boda el mes que viene. Así que ya puedes ir a decírselo a tu amigo y reíros un poquito más de mí.
Le vi cerrar los ojos un momento como si le hubiera golpeado, antes de mirarme con una pena que odié.
—Lo siento mucho, Lu…
—Ya, supongo que debería haberte escuchado cuando comentaste que era un viaje muy largo y que… —Fue como si me diera cuenta de pronto, y la sonrisa se volvió amarga en mis labios mientras cerraba los ojos un segundo y suspiraba—. Pues claro, tú lo sabías…
—No, no —se apresuró a decir dando un paso hacia mí—. Bueno, a ver, sabía que tonteaba con ella, pero te juro que no sabía que había ido a más y mucho menos que pensaba decírtelo en ese momento.
—Ya… Bueno, al final, ¿qué más da? Ha sido culpa mía, ¿no? —solté con acritud.
—Pero ¿qué dices? —un nuevo paso hacia mí.
—Como he dicho, ¿qué más da? —repetí queriendo irme de allí y dejar de hablar.
Sin embargo, una vez más, antes de que pudiera alejarme me detuvo, esta vez poniendo una mano en mi brazo.
—Lucía… —dudó—. ¿Estás bien…?
—Perfectamente, como siempre —contesté de forma rotunda—. Y ahora deberías irte porque seguro que tu amigo se va a enfadar por verte aquí confraternizando con el enemigo… Supongo que te perdonará cuando le lleves el cotilleo fresco.
—No voy a decirle nada, Lu…
—Haz lo que quieras —solté antes de sacudirme de su agarre y empezar a andar hacia la salida.
Si dijo algo más, no lo sabía y no iba a volver para comprobarlo. Lo habían sabido todos, ¿desde cuándo? ¿Lo habían sabido la última vez que quedamos? ¿Habían pensado entonces también que era patética o que me lo merecía por ser como era? Siempre había sido consciente de que eran sus amigos y no los míos. Desde el principio había sido así, pero al final… después de tanto tiempo, de vernos tantas veces, después de todo lo que habíamos hablado, discutido y reído juntos, había esperado al menos un poco de… yo qué sé.
Me daba rabia todo, porque encima ahora no podía dejar de darme cuenta de que siempre habíamos salido con sus amigos y de que él apenas podía reconocer a los míos, ¿realmente lo había excluido tanto? ¿Realmente era tan fría y distante? Por dios, si ni siquiera debería ser necesario que alguien le dijera que Mario era el prometido de Marcos, debería de conocerlos a la perfección ya que eran prácticamente mis mejores amigos.
Salí de nuevo a la calle y tomé aire, dejando que los últimos rayos de sol me dieran un poco en la cara y calentaran mi piel. Habíamos quedado temprano, sabiendo que con la Cabalgata de Reyes todo estaría repleto de gente y aun así el sol ya casi se había puesto.
—Has tardado… —murmuró Mario a mi lado.
Le miré y suspiré. Marcos estaba de pie a su lado, mientras el resto parecía haber desaparecido.
—Ya… perdón —murmuré pensando que quizá era mejor que me fuera a casa antes de que mi humor se volviera aún más mierda y acabara jodiéndola—. Creo que lo mejor será que yo…
—¡No vas a ninguna parte! —saltó Marcos señalándome con un salto que me hizo pensar que quizá había tomado más alcohol del que creía.
—¿Cuánto has bebido…?
—Demasiado —contestó Mario por él negando con la cabeza.
—¡No lo suficiente! —bramó Marcos a la vez haciéndome reír—. ¡Ves! Lo estás pasando bien, no puedes irte.
—No he dicho que fuera a irme.
—Pero lo has pensado —murmuró acercando tanto su cara a la mía que por un momento pensé que me daría un cabezazo.
—No pienso confesar nada —susurré sin saber qué decir.
—Y mejor que no lo hagas —intervino Mario empujando lejos a Marcos antes de entrelazar uno de sus brazos con el suyo y rodearme por los hombros para que empezáramos a andar—. Las chicas se han adelantado para pedir unos burritos con nachos y una jarra de margarita.
—Si no son ni las siete…
—Ya, pero todos teníamos hambre, así que…
—Yo solo dije que sí a las margaritas —murmuró Marcos con un mohín en sus labios.
—Pues que no te vea tocar un solo nacho.
—No sé si es buena idea que siga bebiendo sin comer… —intervine yo.
—Joder, tienes razón —se lamentó Mario.
Por suerte o por desgracia, no lo tenía muy claro, Marcos empezó a arramblar con la comida en el mismo instante en el que la pusimos sobre la mesa de comedor de Claudia. Habían comprado nachos, burritos, tacos y dos jarras enormes de margarita que nos habían dejado subirnos únicamente porque Claudia era una habitual y sabían que las devolvería esa misma noche limpias y acompañadas de una maravillosa propina.
—¡Hola a todos! ¡Feliz año nuevo! —saludó Anna cuando llegó unos minutos después.
—Ya pensaba que no venías —le sonrió Sara levantándose para darle un abrazo—. Feliz año, ¿cómo va todo?
—Pues… —murmuró nerviosa sentándose y cogiendo una copa de margarita—. ¡Me han ofrecido una beca!
—¡Enhorabuena! —contestó Marcos con tanta emoción que Anna no pudo más que echarse a reír—. ¡Un brindis!
—¿Qué beca? No me habías dicho nada —preguntó Sara con una enorme sonrisa—. Pero bueno, me alegro un montón, ¿estás contenta?
—Estoy de los nervios —admitió con una nueva risa nerviosa—. Es en Harvard, la eché pues… yo que sé, no pensé que me la darían.
—¿En Harvard, Harvard? ¿La Universidad de Harvard? —intervino Claudia.
—Sí, esa que está en Estados Unidos, en Boston.
—Madre mía —murmuró Raquel—. Normal que estés nerviosa, pero ¡menuda noticia!
—Aún tengo que ver cómo voy a hacerlo, me pagan la matrícula del semestre y me dan una asignación, pero seguramente tenga que tirar de ahorros y, dios, tengo que buscar un apartamento…
—Eh, eh —la detuvo Sara— ¡Qué vas a Harvard!
Ambas se abrazaron de nuevo poniéndose en pie, y cuando Marcos se levantó y se unió al abrazo haciéndolas saltar con grititos de emoción fue imposible no reírse. Anna era una de las últimas incorporaciones a nuestro grupo, una amiga de la infancia de Sara con la que había retomado el contacto después de muchos años hacía apenas unos meses. Era abogada, y por lo que tenía entendido había dejado su trabajo el año pasado para empezar un máster sobre una nueva especialización o algo así. Sin duda, una beca en Harvard debería ser todo un sueño para ella.
—No te preocupes, podemos hablar con Lucas para que te ayude a encontrar algo en la ciudad, él vive allí —le sonrió Sara—. ¿Necesitas que te pase su contacto?
—Eh… no, no hace falta, lo tengo —contestó ella y creo que no fui la única que se dio cuenta de como apartaba la mirada y de pronto volvía a parecer nerviosa, pero de otra manera.
Miré a Mario, sentado a mi lado aún en su papel de novio devoto. En parte porque sabía que si había alguien que pudiera saber un cotilleo en esa mesa sería Marcos, y todos sabíamos que lo que sabía Marcos, lo sabía Mario. Él solo se encogió de hombros tan ignorante de lo que pasaba como yo y ambos quedamos en silencio. Sin embargo, la borrachera de Marcos le impidió por completo compartir nuestra discreción.
—¡Uuuuuuhhhhhh! —clamó de pronto señalando a Anna exageradamente—. ¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? —saltó Anna.
Y lo cierto es que ahora parecía aún más nerviosa, aunque es posible que se debiera a que todos la estábamos mirando con demasiada atención.
—¿Quién es ese tal Lucas? —insistió Marcos.
—Mi hermano… Lucas —murmuró Sara confusa alternando la mirada entre Marcos y Anna.
—Oh… Tu hermano buenorro y deportista… —suspiró Marcos un segundo como si se acordara antes de ponerse de nuevo serio y mirar a Anna—. ¿Y cuándo te has liado tú con él?
Las reacciones fueron cuanto menos graciosas, sobre todo cuando las veías desde fuera, y lo cierto es que me gustaba estar fuera de un drama hoy.
—¿Qué? —susurró Sara sin saber muy bien a quien mirar.
—No, no, no, no, él y yo no… —se apresuró a decir Anna haciendo aspavientos, pero en el momento en el que fijó su mirada en Sara fue incapaz de disimular la culpabilidad—. Bueno…
Puto sexto sentido de Marcos, no sé cómo coño lo hacía.
—¿En serio?
—¿Podemos hablar de esto luego…? —susurró Anna inclinándose hacia Sara, aunque todos las podíamos oír.
—No —soltó Marcos.
—Sí —cortó Mario a su prometido con un gesto muy elocuente.
—Jo… —se lamentó Marcos con un mohín en sus labios.
Y la tensión se notaba, porque Sara no podía dejar de mirar completamente estupefacta a Anna mientras esta no sabía donde meterse. Abrí la boca, preparada para decir cualquier cosa que iniciara de nuevo la conversación cuando el sonido del timbre nos hizo saltar a todos en nuestro asiento.
—¡Voy yo! —saltó Raquel poniéndose en pie nerviosa, antes de mirarnos también avergonzada—. Debe ser Paula…
La seguí con la mirada confundida. ¿Estaba nerviosa por lo de Anna…? No creía que Raquel y Anna fueran tan cercanas como para compartir esas confidencias cuando ni Sara lo sabía. ¿O era porque llegaba Paula? ¿Se habían peleado o algo?
—Bueno… ¿qué tal han ido vuestras Navidades…? —habló Claudia en un intento de romper la tensión.
Y cuando Marcos empezó a hablar sin parar de sus Navidades con Mario, organizando cosas de la boda, yo me incliné un poco más cerca de mi novio falso.
—¿No tienes como la sensación de que están pasando muchas cosas que no sabemos…? —susurré.
—Teniendo en cuenta que tú también tienes cosas por contar, disfrutaría de la atención dividida.
Suspiré, aceptando el golpe porque estaba claro que tenía razón.
—Que mierda que seas gay… —mascullé—. Me gustas como novio falso, aunque ya no sea necesario.
—Aún necesitas mimos, aunque no lo quieras admitir… —murmuró apretando su abrazo sobre mis hombros—. Y a mí me gusta darlos. Abrazar a Marcos a veces es como abrazar a un elefante.
Me dejé abrazar divertida, en parte porque era agradable y es verdad que lo echaba de menos. Javi no solía abrazarme mucho, quizá porque yo nunca lo buscaba y pensaba que no me gustaba. Supongo que era una más de las consecuencias de mi carácter frío y distante. Sacudí la cabeza sin querer pensar en ello, y escuché a Claudia cuando Marcos le preguntó por su Navidad.
—Me quedé aquí trabajando —dijo como si nada—. No me apetecía mucho estar viajando entre las casas de mis padres, la verdad. Además, cogí la gripe y estaba fatal…
—¿Por qué no dijiste nada…? —intervino Sara—. Raquel estaba por aquí, podríais haber quedado.
—Bueno, es que no me encontraba muy bien… no sé —apartó la mirada.
No pude evitar pensar que ella también parecía muy triste, pero considerando la extraña relación que tenía con sus padres no me pareció del todo raro que aquellas fechas fueran difíciles. Claudia era la típica hija de padres muy ricos que no había cumplido con su papel, por así decirlo. No había seguido los pasos de su padre en los negocios, ni había optado por la frivolidad, gastándose todo el dinero familiar sin pestañear, sino que, se había alejado de su familia y se había centrado en su trabajo como dibujante, sin grandes caprichos, pero con las comodidades de un fidecomiso. En realidad, siempre había pensado que era demasiado sensible, aunque nunca dijera nada, no sé.
—Voy a buscar a estas dos, que parecen no saber abrir una puerta —murmuró Marcos de pronto levantándose cuando Anna preguntó a Claudia por su trabajo.
—Le he dicho a Adrián que eres el prometido de Marcos —confesé a Mario de pronto en un susurro.
—¿Qué…? ¿Por qué…?
Le miré dudosa, ni si quiera sabía por qué lo había confesado ahora cuando no quería volver a hablar del tema, y en verdad agradecí que él mantuviera también la voz baja, haciendo de aquello un secreto entre nosotros.
—No lo sé… ¿No debería haberte reconocido…? —murmuré mirándole con pena—. ¿No debería conocer a mis amigos?
Mario suspiró.
—No parecía tener mucho interés en conocernos, la verdad, creo que apenas nos hemos visto un par de veces en todo el tiempo que habéis salido…
—¿Y si eso también es culpa mía…? —murmuré sin mirarlo.
—¿Por qué iba a serlo? —preguntó él con sincera sorpresa—. Por dios, Lu, tú lo invitabas, yo mismo te he visto veces escribiéndole «estoy aquí con estos, pásate». Te conozco también, y sé que no insistías ni te tomabas a mal que no se pasara o te diera excusas, pero eso no implica que fuera culpa tuya…
—¿No debería haberme importado? ¿No debería haber insistido…?
Mario me miró un segundo, como si dudara de decir sus palabras y yo le correspondí la mirada intentándole trasmitir que quería la verdad, incluso aunque doliera.
—Quizá sí —admitió con un suspiro—. A veces, no es que ocultes las cosas o alejes a la gente, pero parece no importarte que estén alejados. Sin embargo, en este caso, creo que él también debería haberse interesado más.
—Ya…
—Adrián era el amigo que trabaja contigo, ¿no? ¿Cuándo se lo has dicho? —preguntó curioso.
—No trabaja conmigo, sus oficinas y las mías están en el mismo edificio, trabaja para un medio digital, es periodista… —expliqué.
—No sabía que os habíais hecho amigos.
—Bueno, a veces me lo encuentro cuando bajo a almorzar —me encogí de hombros—. Y me lo he encontrado cuando he ido a buscar mi pañuelo, se ha dado cuenta de que lo había olvidado y lo había cogido para dármelo, no sé… Parecía tan enfadado e incómodo, ha sido raro, y no he podido evitar pensar… ¡Joder! Si al final se sabrá igual…
—¿Enfadado? Interesante…
Le miré confundida, pero no pude decir una palabra antes de que Marcos irrumpiera de nuevo en el salón-comedor de Claudia seguido por unas tímidas Raquel y Paula. No estaba segura de si quería saber qué les había dicho Marcos, porque estando como estaba, su habitual incontinencia verbal parecía acentuada, pero lo cierto es que no tuve que pensar mucho antes de que Marcos lo soltara.
—¡Ya están de vuelta! Solo estaban enrollándose en la entrada como dos adolescentes —soltó él como si nada.
Miré a Raquel sorprendida, mientras ella adquiría nuevas tonalidades de rojo en su cara y empezaba boquear sin saber muy bien qué decir. ¿Raquel y Paula? ¿Desde cuándo? La cara de susto de Paula, que miraba a Raquel dubitativa, me hizo recorrer también la mesa con la mirada. Anna y Claudia también parecían sorprendidas, pero Sara la miraba con una pequeña sonrisa de ánimo. Así que volví mi mirada a Raquel y cuando me encontré con la suya sonreí, verdaderamente contenta por ella.
Por dios, ni se me había ocurrido, pero si las miraba… hacían una pareja tan mona. Que puta envidia.
—Que envidia te tengo ahora mismo… —murmuré sin poder evitarlo.
Y mis palabras la hicieron reír nerviosa, no estoy muy segura de por qué. Quizá porque fueron sinceras, pero es que era verdad, yo quería eso, sentirme ilusionada, enamorarme, tener algo bonito. ¿Había tenido eso alguna vez con Javi? ¿Había estado realmente ilusionada?
—A la mierda —soltó Raquel como si se viera poseída un poco por mi espíritu.
Y sin darle tiempo a reaccionar se giró hacia Paula, tomo su rostro entre las manos y le plantó un beso delante de todos. Un beso en toda regla que acabó por hacernos vitorear hasta que ambas rieron. Se sentaron a la mesa, en el espacio entre Claudia y yo que había dejado Raquel al sonar el timbre, y Sara no tardó nada en preguntarle a Paula por sus vacaciones.
—No puedo creer que hayas hecho eso, ¡Marcos, joder! —masculló en un susurro enfadado Mario a mi lado.
—¿El qué? —preguntó él sinceramente sorprendido.
—Me importa una mierda que estés borracho, tienes que darte cuenta de las cosas —insistió Mario, y creo que no le había visto tan enfadado jamás.
Marcos miró de pronto a Raquel, quien parecía todavía un poco nerviosa por todo, y fue como si la borrachera se le pasara de pronto, poniéndose blanco y mirándola con auténtico pavor.
—Mierda, ¿no lo sabía nadie?
—No pasa nada, Marcos —respondió ella con una pequeña sonrisa un poco tirante—. Quería decíroslo.
—Mierda, lo siento —murmuró, mirando luego a Mario con verdadero arrepentimiento.
—No pasa nada, en serio —insistió Raquel con Paula asintiendo a su lado.
Pero Mario parecía bastante enfadado con el tema y no hizo más que negar con la cabeza antes de tomar un trago de su margarita, y solo yo, que estaba tan cerca de ellos, pude ver como se apartaba cuando Marcos buscó su mano.
Y fue quizá porque no podía soportar que ellos estuvieran mal que decidí centrarlo todo en mí de nuevo.
—Bueno, ya que hablamos de nuevas parejas —hablé de pronto, mirando a Sara—. ¿Tú qué tal con tu chico nuevo?
Era una capullada, y lo sabía, pero prefería mil veces que el mal rollo fuera hacia mí que hacia cualquier otro, sobre todo a que fuera entre esos dos. Además, no terminaba de entender por qué Sara llevaba aquello en secreto, yo tan solo lo sabía porque me los había encontrado por casualidad en un restaurante.
—Eh… —balbuceó Sara.
—¿Qué chico? —preguntó Anna con curiosidad.
—Eso… ¿qué chico? —insistió Marcos recuperando un poco su sonrisa.
—Bueno…
—¿Es por eso por lo que te molestó tanto lo de Carlos…? —la interrumpió Anna de repente—. Si me hubieras dicho que ya estabas tonteando con alguien, no hubiera hecho nada.
—¿Quién es Carlos…? —preguntó Claudia, que parecía aún menos enterada de las cosas que yo.
—No tenías que haber montado lo de Carlos simplemente porque esas cosas no se hacen —masculló Sara.
—¿Y lo de Carlos es…? —preguntó Raquel, y que ella no lo supiera sí que me sorprendió, quizá había metido más la pata de lo que pensaba.
—¡Me tendió una trampa para montarme una cita a ciegas con un compañero suyo del máster! —explicó Sara acusando a Anna de forma tan dramática que casi resultó cómica—. Y eso después de que le dijera que no quería conocer a nadie.
—Supongo que ese es Carlos… —murmuró Paula para Raquel como explicación, aunque todos lo oímos.
—Pensé que solo estabas siendo testaruda, no que tenías a alguien —se explicó Anna un poco afligida—. De verdad que pensaba que haríais una gran pareja.
—Bueno, pero entonces, ¿quién es el chico nuevo? —intervino Claudia.
—Oh, dios… ¡es Carlos! —soltó Marcos.
Y realmente dudo que alguien en aquella mesa supiera de donde narices le había venido esa intuición, pero el rostro de Sara nos lo confirmó sin remedio.
—Madre mía, los Reyes vienen cargados de secretos este año… —murmuró Mario a mi lado.
—¡Será mentira! —clamó Anna indignada mirando a Sara—. Te invité a sushi y todo para que me perdonaras. ¡Si hasta le regalé un libro de ochenta pavos a Carlos! ¡Ochenta!
—Eh, bueno, tú nos organizaste una cita y había que pagar la cena… —admitió Sara por lo bajo sin pensar.
—¡Pero serás…!
—¡Eh, eh! —la detuvo Sara—. ¡Que tú te has liado con mi hermano! ¡Mi hermano!
—¡No he admitido eso todavía!
—¡¿Todavía?!
Me eché a reír sin poder evitarlo, porque aquello había derivado de una manera extraña más en una riña de instituto que otra cosa. Aunque, si lo pensaba bien, ellas eran amigas del instituto, bueno, del instituto y del colegio. ¿Y no solían decir que, a veces, cuando tenemos un rol muy marcado con una persona, tendemos a replicarlo cuando estamos a su lado sin importar el tiempo que pase? Supongo que ellas no podían evitar comportarse un poco así, del mismo modo que yo no podía evitar echarme a reír.
Claudia, Marcos, Raquel y Paula no dudaron en unirse a mi risa, sobre todo después de que Sara le tirara un nacho a Anna a la cara y esta contestara lanzándole un trozo de lima.
—No creas que no me he dado cuenta de lo que has hecho —susurró Mario en mi oído.
—No sé de qué estás hablando —le sonreí.
—Sois unas cabronas, lleváis semanas siendo unas sosas en el grupo —intervino Marcos lanzando también un nacho a Claudia no sé muy bien por qué—. No contáis nada.
—Es más divertido en persona —me reí yo.
—¿A que te tiro un taco?
—No, el sofá, chicos, por favor —intervino Claudia asustada.
Le saqué la lengua para burlarme de él y luego me escondí detrás de Mario con un grito cuando me lanzó un trozo de lima. Era muy posible que Claudia no volviera a invitarnos a su piso y, la verdad, también comprensible.
—No tiréis la comida, que está muy buena —se lamentó Raquel cogiendo un taco para pasárselo a Paula.
Aquello fue como ponerse una diana, pues Marcos no dudó en coger un nuevo nacho y lanzárselo con queso incluido, pero Raquel parecía preparada porque lo atrapó sin dudar y se lo metió a la boca con una sonrisa.
—Gracias —soltó provocativa.
—Bueno, bueno —detuvo Mario a Marcos antes de que se desmadrara más la cosa—. Ya vale.
Contuve mi risa, aunque no hubo manera de perder la sonrisa, viendo como Sara, que lo había empezado todo, le quitaba restos de queso a Anna del pelo, Marcos se preparaba para un nuevo lanzamiento, Raquel sonreía provocativa hacia él, Paula se comía su taco como si nada y Claudia nos miraba a todos resignada.
—Hagamos un brindis —propuso Mario alzando su copa y poniéndose en pie—. Por la amistad.
Tuve que reírme otra vez, porque sabía que era su forma grandilocuente de traer la paz, pero me puse en pie y brindé con él con una sonrisa, porque tenía que haber mucha amistad para aguantar tanta tontería.
—Por la amistad.
Y todos se pusieron en pie, chocando las copas unas con otras mientras aquel murmullo se extendía por la mesa a la vez que sonreíamos un poco divertidos. Un brindis bonito y tonto a la vez tras el que todos volvimos a sentarnos en silencio.
Vi como Marcos le robaba un beso a Mario y supe que había vuelto a murmurar una disculpa contra sus labios que fue correspondida con un suave «te quiero». Como Raquel y Paula se miraban con una pequeña sonrisa. Y como Anna abrazaba a Sara y le susurraba algo al oído que la hizo sonreír.
Miré a Claudia al otro lado de la mesa, pensando que éramos las dos solitarias, pero ella también miraba a todos con una sonrisa y, cuando su mirada se encontró con la mía, alzó su copa en un gesto de brindis a distancia que no dudé en corresponder.
No se sentía sola y, sobre todo, yo tampoco me sentía sola. Allí, junto a todos ellos, con sus líos, sus jaleos, sus risas y cotilleos, era imposible sentirse sola. Y no pude evitar recordar el momento en el que llegué por primera vez a aquella ciudad, sin conocer prácticamente a nadie, sintiéndome una extraña fuera de lugar. No había tardado en comprender que todos nos sentíamos un poco como extraños allí, extraños y extranjeros que nos esforzábamos cada día por hacer de aquella ciudad nuestro lugar. Y me di cuenta de manera repentina de que, junto a ellos, aquello parecía un poco más un hogar, y no necesitaba mucho más.
—Bueno, bueno, pero nada de quedarse ahora en silencio —intervino Marcos—. Que yo quiero detalles y los quiero ya.
Y no pude más que reír de nuevo.
↠ Foto de Fauxels
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