Hace poco leí en alguna red social que, cuando se está creando una nueva historia, lo que hay que hacer es escribir y escribir, no dejar de escribir, para avanzar y cerrar la historia mientras aún te sientes conectado a ella, ya habrá tiempo luego para revisar, corregir y cambiar lo que haga falta.
Y voy a ser sincera, no es lo que suelo hacer, yo me detengo a revisar y voy y vuelvo, y dejo de escribir por meses y vuelvo otra vez, y cuando me he obligado a escribir sin parar también me he bloqueado abrumada por la propia evolución de la historia, pero, aun así, cuando leí esta declaración —siento no dar créditos, no recuerdo dónde la leí—, no pude evitar darle la razón.
Y a raíz de ella me puse a reflexionar sobre la importancia de escribir y escribir mucho, a veces sin pensar, sin volverse demasiado estricta con una misma, sin caer en ese perfeccionismo extremo que paraliza o te impide avanzar.
Escribir para escribir mejor
La lectura puede ser una fuente de inspiración enorme y los cursos de escritura son maravillosos —y necesarios— para descubrir técnicas, darte cuenta de flaquezas y aprender trucos, pero, si hay algo que ayuda a escribir mejor, es escribir mucho. Escribir, probar cosas, ponerte retos, tratar de hacer géneros que nunca habías pensado o divertirte un rato con esos retos de escritura que te invitan a jugar con las palabras… Es la mejor herramienta para escribir mejor.
Como todo en esta vida, la teoría es espectacular y super útil —nunca desdeñable en mi opinión—, pero la práctica es esencial. Nunca creí que fuera capaz de escribir una novela entera hasta que lo hice, sin pensar si era la mejor novela del mundo o sin obsesionarme con que fuera la idea perfecta o el momento ideal. Primero hay que intentar hacerlo, luego ya iremos mejorando.
Escribir porque te hace feliz
Hace poco mi marido me preguntó que por qué escribía, que por qué dedicaba tanto tiempo a este blog, a las redes y a las novelas que tengo guardadas en carpetas de mi ordenador y, sobre todo, me preguntó qué esperaba de ello. No lo hizo con acritud ni nada, no os confundáis, era la curiosidad de una persona que a veces se admira de cómo puedo estar agotada y decidir sentarme frente al ordenador, ¡estar deseando sentarme incluso!
Recuerdo que le dije que no esperaba sacar nada de ello, que incluso si jamás me publicaban, que si nadie me leía, yo seguiría haciéndolo porque me hace feliz. A veces incluso noto que, cuando no me esfuerzo por sacar un huequito para mis cosas a la semana, me vuelvo más irascible y mi humor empeora.
A mí me encanta escribir, y eso no quita que el proceso de la escritura puede muchas veces ser frustrante, desmoralizador, que a veces se hace cuesta arriba, pero eso también forma parte del reto. He aprendido también que hay días que no hay que forzarlo, que no puede ser.
Escribir para soltar
Hace poco leía otro libro que hablaba sobre la importancia de las palabras, de cómo designar las cosas las hacía tangibles de alguna manera. Escribir puede ser a veces una herramienta para sanar, para dejar ir la ira, el dolor o para tratar de comprender nuestros propios pensamientos, porque algunas cosas, si las escribes, adquieren claridad, parecen más sencillas…
A veces escribir puede ser la mejor terapia, aunque sea para luego quemar el papel y que nadie más lo lea. También puede ser una herramienta para comunicarnos mejor, porque a veces hay que reflexionar un poco y medir las palabras cuando el tema a tratar es complicado.
Escribir, escribir y escribir
Volviendo al inicio, y centrándonos en la escritura de una novela o un proyecto más largo, lo cierto es que, conforme más tiempo dura el proceso de desarrollo más posibilidades hay de que desconectes de la historia, aunque en mi caso esto no suele ser algo lineal… Igual que hay momentos en los que te apetece leer más drama o más misterio, hay momentos en los que te apetece escribir sobre una cosa u otra, y momentos en los que te vienen cientos de ideas nuevas que a veces pueden parecerte mucho mejores que la que estás desarrollando. Mantenerte centrado y seguir con una historia incluso en esos momentos en los que se hace un poco cuesta arriba es parte del reto de la escritura de una novela.
Por eso creo que es normal que haya momentos en los que te sientas más conectado con la historia que otros, momentos en los que la escritura fluye y otros en los que no eres capaz de hilar dos palabras. Y sí, estoy de acuerdo en que hay que escribir y escribir cuando la historia fluye, a veces sin obsesionarte con la imperfección, sin preocuparte por las incongruencias que puedes corregir más adelante, pero también creo que a veces está bien parar y volver atrás para ver cómo está fluyendo la historia porque, precisamente, releer la historia hasta el punto que se ha alcanzado ya es una de las maneras más esenciales de volver a conectar con ella.
Además, si bien escribir sin detenerse puede ayudarte a tener un primer borrador mucho más rápido, también puede tornar la labor de la revisión y corrección en algo titánico.

En definitiva, yo siempre defenderé que hay que escribir y el poder en sí que tiene la escritura en múltiples aspectos de la vida. Y si hablamos de la escritura como un proceso creativo en la creación de una historia, si algo he aprendido con el tiempo, es que cada uno debe conocer su propio proceso, descubrir qué es lo que mejor le funciona, y la manera más sencilla de hacerlo es escribiendo. Así que… ¡a escribir, escribir y escribir!



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