Empecé a escribir, si no recuerdo mal, en mi primer año de instituto. Fue por una cosa un poco tonta, o enormemente significativa en realidad: hice un ejercicio de clase, una redacción que consistía en escribir un pequeño relato, y mi profesora se acercó a mí mientras hacíamos otros ejercicios para felicitarme y decirme que debía escribir más. Y así lo hice.
Después de aquello fueron años de escribir relatos, de crear historias en FanFiction, publicar pequeños poemas en un blog y presentarme a muchos certámenes. Sin embargo, cada historia larga que empezaba a escribir acababa olvidada por otra cuando alcanzaba ciertos capítulos.
Y entonces acabé la universidad e hice un master de Edición, y cuando empecé a trabajar en una editorial, cerrando y publicando libros ajenos, supe que debía esforzarme, no solo por empezar a escribir una nueva historia, también por terminarla.
Mi primera novela, Después de la lluvia, no es esa historia, pero sí que surge de ella.
La historia que nació en una cocina
En 2018 —sí, hace tanto tiempo—, tomé la decisión de que quería empezar y terminar una historia. Tenía que crearla y cerrarla, dejando a un lado las ansias de perfeccionismo, esa sensación de que nunca es el momento y el miedo a fracasar, aunque estos me acompañaron todo el proceso al final, y aún me siguen acompañando, para qué os voy a engañar.
Así tracé el esquema de una historia y sus personajes, cree una pequeña escaleta y empecé a escribir. Sin embargo, ocurrió una cosa que me hizo cambiar de rumbo.
Resulta que —os prometo que todo este rollo tiene su sentido— mi mejor amiga y yo nos conocimos durante una estancia en el extranjero, concretamente en Oxford, cuando teníamos dieciséis años. Durante un mes estuvimos compartiendo una habitación y, durante más de un década después, hemos mantenido una gran amistad sin importar que cada una vivía en la otra punta del país. Es por eso por lo que, aquel año, cuando fui a visitarla y le conté mis planes para escribir una historia de principio a fin, y hablando con ella, contándole el argumento, mientras ella comentaba y me aportaba ideas o comentarios, de alguna manera acabamos hablando de volver a Inglaterra juntas, de volver a Oxford cuando se cumplieran diez años de conocernos.
Entonces la historia que estaba creando adquirió un nuevo matiz, porque tomó importancia la creación de un grupo de amigas que, aun con la distancia, se mantenían unidas. La historia que estaba creando trataba sobre una de ellas, y seguramente la descubriréis más tarde que pronto, pero me di cuenta de que antes debía contar otra y fue ahí, justo con ese matiz, que surgió Después de la lluvia.
Una historia y una pandemia
Así empecé a escribir esta nueva historia, trazando ahora con más cuidado cada personaje, cada lugar y cada momento, porque de repente había muchos más detalles por concretar. Fui poquito a poco, cuando iba encontrando hueco entre el trabajo y la vida en general, porque a veces encontrar tiempo es lo más difícil y se avanza casi a paso de hormiguita. Hasta que llegó una pandemia, nos recluyeron en casa y, entonces, refugiarme en la escritura fue una manera de mantenerme cuerda.
Fue casi un acto de cabezonería, y en parte —como un paralelismo con Daniela— una huída hacia delante, porque era un momento para perderse en la ficción y yo sentía que necesitaba acabar una historia, crear un proyecto y cerrarlo. Algo que, si habéis leído mi entrada sobre «Cerrar una historia», sabréis que me cuesta mucho.
Siempre hay días malos, días que todo te parece horrible y cuesta seguir, y durante la pandemia aún más, pero me propuse seguir y terminar. Y lo hice, en parte con una meta que fue un certamen de novela romántica al que me quería presentar.
Y lo logré, cerré la historia, mi primera novela, y la presenté la certamen. No gané (jajaja), aunque creo que eso ya lo deducís todos.
Cerrar una historia y empezar otra
Cerrar una historia, incluso aunque sea un primer borrador aun con mucho trabajo por delante, produce toda una sensación de subidón. Para mí, siendo la primera, era todo un logro, un reto enorme que por momentos creía que me sería imposible de lograr. Pero lo logré, cerré aquella historia y la presenté a un certamen.
Y aquella enorme sensación de logro hizo que, en el momento en el cerré aquella historia, empezara otra, la segunda parte de lo que ya sabía que iban a ser más de un libro. Porque cada una de las amigas en Después de la lluvia se merecía que tener su historia. Y escribir aquel segundo libro fue una bendición y una maldición, porque me encantó, me salió fácil, pero cuando lo terminé y volví a leer el primero… Me di cuenta de que aún faltaba mucho trabajo por hacer ahí.
Volver a escribir una historia ya escrita
Puede resultar aterrador, abrumador incluso, pero no quería dar por perdida la historia, así que me propuse revisarla a fondo, reescribirla en todo lo que hiciera falta, añadir lo que faltase para rellenar huecos y eliminar lo que sobraba. De esa manera, Después de la lluvia se convirtió, de alguna manera en mi primera y mi tercera novela a la vez… En realidad, solo era la primera corregida.
Dediqué varios meses a revisarla, y su número de páginas creció bastante, también su desarrollo y su trasfondo. En parte, sigue siendo mi primera novela, con todo lo que eso conlleva en cuanto errores y fallos argumentales —creo que soy mi crítica más dura al respecto, porque soy muy consciente de sus flaquezas—, pero era una historia que adoraba y que disfruté escribiendo, revisando y leyendo mil veces. Por eso, no quería que se quedara olvidada en un cajón.
Buscarle un hogar a mi historia
Escribir un manuscrito es una tarea muy gorda, echarlo a volar puede ser igual… aunque de una manera distinta. Presenté Después de la lluvia a varios certámenes, lo envié a editoriales… y recibía respuestas, algunas solo: un casi…, pero no. Lo cierto es que así conseguí muchos emails que aún guardo, y los casis, acompañados algunas veces de elogios, eran inspiradores. No quise verlos como fracasos, aunque en parte dolieran, porque también sabía que era mi primera novela y creía, y aún creo, que me queda mucho por escribir. Además, llevo lo suficiente trabajando en el mundo editorial como para saber que un no a publicarte, no significa que tu historia no sea buena, solo que no encaja ahora mismo en su plan editorial.
Cuando quieres publicar por lo tradicional, el proceso de enviar tu manuscrito puede ser un poco exasperante, hay que preparar resúmenes, sinopsis y muchas cosas que resultan a veces más difíciles que el propio libro, para luego mandarlo todo… y esperar. Esperar meses, insistir y no recibir respuesta… La cosa funciona así y el silencio a veces puede ser exasperante. Pero la paciencia es una gran virtud, y este es un proceso para ponerla MUY en práctica.
Yo sabía que era una buena historia, una historia que quería compartir y, cuando ya estaba pensando en ver maneras de autopublicarla, recibí un email. Ni siquiera me lo esperaba. En realidad, tuve que leerlo tres o cuatro veces antes de entender lo que ponía, pero una editorial se había interesado por publicarme y, con aquel email, empezó una aventura nueva.



Deja un comentario